viernes, 9 de julio de 2010

El cuentista mutilado


“Siguiendo su camino, entraron en un pueblo, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra. Mientras tanto Marta estaba absorbida por los muchos quehaceres de la casa. En cierto momento Marta se acercó a Jesús y le dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para atender? Dile que me ayude.»
Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, tu andas preocupada y te pierdes en mil cosas: una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada.» [1]

Cuando el camino de la sensatez se ve, muchas veces, condicionado a factores sociales extremos que casi siempre hacen temblar al razonamiento más creíble, es cuando nos miramos y preguntamos ¿al final quién tuvo la razón? Hay bastantes personajes que tienden a señalar con el dedo y ha tratar de hacer las veces de María, del texto líneas arriba citado. Queremos ser específicos. Si bien es cierto que la tarea fundamental del cristiano radica en la contemplación y el seguimiento sobre todo espiritual de Cristo, no por ello desdeñemos la tarea que le tocó cumplir a las Martas del mundo. Y es que, nos preguntamos, ¿quién entonces atendería al Señor en su prédica? ¿No son las Sagradas Escrituras las que también expresan que no hay fe sin obras? Lo cierto es que, este texto fue motivo de un debate continuo de teólogos en el mundo. Tema interesante a la hora de asumir una posición.

Ahora bien, estas líneas no quieren hacer las veces de un discurso de tendencia divisoria dentro de la iglesia, simplemente quiero responder a lo que realmente me parece injusto, esto es como lo dije antes, el señalamiento. Yo creo que Dios edifica su iglesia con distintos obreros que cumplen diversas funciones. Unos están para contemplarlo, otros para hacer la obra que él quiso, sin dejar de vislumbrarlo a través de su trabajo, de su oración y de sus actividades directas y concretas con los más necesitados. De esta forma, cuando alguien repite las palabras terrorismo, no puede dejar de asociar dicha palabra con Ayacucho que significa “rincón de los muertos”, y tampoco puede dejar de asociar aquella época a personajes como Cipriani que han obviado en bastantes ocasiones el tema del terrorismo que asoló y azotó las provincias más pobres de nuestro país y cuyos conceptos de Derechos Humanos distan mucho del cristianismo. Por otro lado, he conocido, he visto, y he escuchado directamente a religiosos que han continuado su trabajo en aquellos lugares extremos, donde la vida y la muerte hacían las veces de dados eternos. Entonces el señalamiento apabullante conquistó de nuevo las reflexiones teológicas y los discursos intelectuales, de modo tal que se olvidaron del propósito que realmente se tenía. Apuntando con dardos nada benignos al corazón de los obreros de Cristo, se les señaló de pro-senderistas, de marxistas, de comunistas, de alentar el desorden en las comunidades campesinas y de someterlos a estudios de filosofía contestataria. Nada de esto realmente tenía sentido, muchos sacerdotes fueron encarcelados por el simple hecho de darlo todo sin pedir nada a cambio. Entonces a Marta le tocaba una vez más, la tajada más chica de la torta, pero aún así Cristo la amaba por su amor desinteresado.
[1] Texto de San Lucas 10 – versículo del 38 al 41.

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